El inhumano, las dos abuelas y el niño del extintor. Un cuento de Fitur.

A la gente de turismo se le llena la boca con las experiencias y el turismo, experiencia por aquí, experiencia por allá, pero cuando viven una, una no planificada y en la que no entra una suite y un jacuzzi, entonces se ponen a lloriquear en lugar de disfrutar la aventura.

Este jueves la vida nos quiso dar una experiencia real, no programada, peligrosa, incómoda y deliciosamente única.

Cuando volvíamos de Fitur a Alicante por la autovía, nada más pasar La Roda empezó a nevar como si la cuarta glaciación hubiera empezado. Me puse a rueda de un camión para aprovechar su rodada y me metí con él en el primer área de servicio que encontramos. El coche patinó varias veces, pero pude hacerme con él y aparcar en la gasolinera, que tenía una pequeña tienda y cafetería. Eran las 6 y media de la tarde del jueves 19 de Enero.

Entonces entra en juego “el inhumano”. El empleado de la gasolinera, asustado por la que se estaba liando, decidió cerrar la gasolinera y dejar a todas las personas que estábamos allí refugiadas sin agua, café, baño, etc.

Solos con nuestros coches en mitad de la nada rodeados de nieve, cayendo cada vez más y más fuerte, con un viento que congelaba nuestros ya por entonces mojados pies.

Entre las personas que allí estábamos, se encontraban unas señoras mayores que venían de Fitur, creo que organizaban grupos religiosos y habían estado por el año jubilar de Caravaca. El caso es que eran unas expertas en redes sociales y tenían muy claros sus derechos. Una de ellas me dijo: “Perdone mi vocabulario, pero esta persona que se ha marchado es…es …¡un inhumano!

Yo no llegué a conocer al inhumano (hijo de la gran puta diría yo, ese era el calificativo que esperaba oír de labios de la señora, pero olvidaba que aún quedan señoras), pero ellas estaban indignadas. De pronto, nuestro castillo había desaparecido y nos condenaba a pasar la noche a la intemperie dentro de los coches.

En ese momento entra en escena “el niño del extintor”. A grandes males, grande remedios, eso debió pensar este nuevo héroe, pues agarró un extintor y se lió a golpes contra la puerta de cristal hasta hacer un agujero por el que poder pasar y coger agua y algo de comida para pasar la noche.

Pasamos muchas horas dentro del coche poniendo la calefacción e intentando dormir, yo no lo logré, cuando a eso de la una de la mañana cesó la nieve, que no el frío.

A las tres de la madrugada llegó un coche de la Benemerita y el del encargado de la gasolinera a ver que había pasado, pues la alarma había sonado varias veces.

Además, las abuelitas habían conseguido ponerse en contacto con el dueño de la gasolinera para conminarle a abrirla y a asistirnos. Además de ponerse en contacto con la Guardia Civil y el encargado de la gasolinera, las abuelitas la liaron parda en las redes, poniendo a caer de un burro al inhumano y a toda su parentela, de manera que muchas personas se hicieron eco de nuestra precaria situación.

Pude hablar con el amable guardia y preguntarle por el estado de la carretera, que pese a estar despejada de nieve en su mayoría, no era segura por las placas de hielo, motivo por el cual me recomendó que esperáramos a que la sal hiciera su trabajo. Decidimos esperar hasta que saliera el sol y luego seguir el camino para volver a Alicante yendo por Murcia.

El encargado de la gasolinera, bien porque era buena persona (que yo creo que sí), bien por el follón que montaron las abuelitas, nos dio café, comida y agua gratis, pudiendo pasar dentro de la gasolinera el resto del tiempo hasta el amanecer.

De pronto aparecieron jeeps y camiones de la UME que iban a Almansa a ayudar a poner en orden el follón que allí también se había montado, y compartimos unos minutos con los hombres y mujeres de este cuerpo del ejercito que se desplaza allí donde hay una situación de emergencia. Perdonadme que me emocione, pero siento una enorme debilidad por este cuerpo del ejercito, estos héroes anónimos que se juegan su vida por salvar las de los demás. Me preguntaron cuanto había desde allí hasta Albacete y luego hasta Almansa (30+60 kilómetros de nieve y hielo) y tras tomarse unos cafés siguieron su ruta.

A todo esto, había en la gasolinera varios camiones que se habían refugiado como nosotros mientras la tormenta azotaba con fuerza, y a esas horas de la madrugada estábamos en animada charla con todos ellos, contando cada uno su pequeña historia de cómo habían llegado hasta allí y lo que tenían pensado hacer para salir.

La situación era complicada, y es en estas situaciones cuando ves a las personas, a las buenas y a las malas. En aquella gasolinera, a esas horas de la madrugada, ya sólo quedábamos las buenas, como una pequeña familia. La gente invitaba a tabaco, se interesaba por los demás, nos dieron ibuprofeno, en fin, nos cuidamos los unos a los otros.

A las 7,30 uno de los camioneros decidió conducir hasta el restaurante Juanito que estaba a un par de kilómetros, pero antes me pidió el teléfono para llamarme y decirme si la carretera estaba como para salir. A las 8 me llamó y me dijo que había llegado y había comprado tabaco, y que la carretera no estaba bien, pero que con cuidado podríamos llegar a la A3 y seguir rumbo a Alicante. Y eso hicimos, mis dos compañeros y yo nos despedimos y salimos con mucho cuidado. A pocos metros de la gasolinera vimos el coche tirado en la cuneta de uno que decidió salir a las tres de la mañana y evidentemente no lo había logrado.

Nosotros sí pudimos salir, conduciendo con cuidado, y llegar a Alicante vía Murcia a las 10,30 de la mañana.

Toda la noche en la nieve, dormir en el coche, conocer a toda esa gente atrapada, (a quienes nos dieron cuartelillo y calma), fue una aventura maravillosa de la que me llevó un gran recuerdo y un constipado de enormes proporciones.

Al día siguiente, el camionero que me dijo que la carretera estaba abierta, volvió a llamarme para saber si habíamos llegado bien. Y eso me desarmó, yo no tuve la delicadeza de tener ese detalle con él, sin duda él es mucho mejor persona que yo.

Las pasamos muy putas, temí por nuestra integridad cuando el coche circulaba sobre nieve y hielo y patinaba, cuando los frenos no valían para nada. Pasé mucho frío, enfermé, pero no me he quejado porque la aventura es la aventura, y el resultado es que al final estoy en casa metido en la cama tomando paracetamol cada 8 horas.

¿Qué muchos tuvisteis que esperar en la estación de tren?, vaya drama, ¿qué os llevaron en autocar por la A7 de Valencia a dormir a vuestra casa en Alicante?, pobrecitos.

Disfrutad de la aventuras, porque esas son las que hacen vuestra vida más interesante.

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